Una mujer con discapacidad es, por encima de todo, una mujer… pero una mujer con una "doble desventaja".
No sólo tiene que luchar contra las barreras y retos "tradicionales" que encuentran las mujeres “normales” en el hogar, en la comunidad y en el mundo del trabajo; sino que sufre las dificultades adicionales, obstáculos y falta de oportunidades derivadas de su discapacidad.
A consecuencia de su problema –y de la percepción que la sociedad tiene de él–, a menudo se ve aislada, discriminada, desalentada y en ocasiones, incluso, vetada para participar activamente en la vida pública y familiar.
¿Qué supone para una mujer vivir con una discapacidad?
Tiene una probabilidad mayor de ser pobre o de gozar de un nivel de vida inferior al de sus iguales, de ser analfabeta o de recibir una educación menos completa que las otras mujeres de su mismo grupo de edad; de estar desempleada o de obtener menores ingresos por su trabajo que las mujeres no discapacitadas, de depender física y económicamente de otros, y de sufrir más abusos físicos, sexuales o mentales que las demás mujeres.
En cambio, es menos probable que sobreviva o viva tanto como una mujer no discapacitada; que encuentre pareja y forme su propio hogar; que ingrese en organizaciones o figure en sus puestos directivos y que se beneficie de programas de desarrollo... incluso de aquellos diseñados para las mujeres o las personas discapacitadas en general.
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