Se supone que todos preferimos convivir con personas con las
que compartimos rasgos. Parece comprobado que elegimos gente “parecida” como
amigos, parejas, etc. Fundamentado en esta razón, se suele pensar que las
personas con discapacidad deberíamos pasar todo nuestro tiempo y actividades
con otros también con discapacidad. Se piensa que esto es así porque, decimos, nos
vamos a comprender mejor, nos encontramos entre iguales, nos vamos a sentir más
cómodas… Reducimos el ambiente social al círculo de la “discapacidad” porque,
creemos, es el contexto natural en el que las personas se van a sentir
aceptadas.
Primero, es difícil saber a qué nos referimos cuando
decimos que las personas con discapacidad están más cómodas con personas “como
ellas”. ¿Hablamos de que tener la misma discapacidad? ¿En cuánto a condición?
¿En cuánto a grado? ¿Las organizamos por tipos de discapacidad? ¿Cómo juzgamos
el “nivel de parecido” de dos personas con discapacidad? ¿Quiénes somos para
decir que ambas pertenecen a un mismo grupo? ¿Cómo nos atrevemos a juzgar que,
en base a su discapacidad, se van a sentir parte de una identidad común? ¿Pesa
más la discapacidad que otros rasgos como, por ejemplo, la edad, el colegio al
que asisten, el barrio en el que viven…? Juzgamos demasiado deprisa que las
personas con discapacidad no vamos a tener nada que compartir con aquellos sin
discapacidad. De igual manera, nos apresuramos a pensar que dos personas con
discapacidad, de manera natural, van a congeniar.
Es cierto que la discapacidad puede imprimir cierto sentido de identidad a un
grupo. Es decir, dos personas con síndrome de Down, es probable que compartan
inquietudes, experiencias, preocupaciones y vivencias. Pero, recordemos, la
discapacidad no es el único rasgo que define a una persona. No podemos inferir
que dos personas, con la misma discapacidad, tienen los mismos gustos, hobbies,
aficiones, expectativas, objetivos. El efecto halo de la discapacidad nos hace
pensar que son todos iguales y nos olvidamos de que hay vida más allá. Hay
personalidades, caracteres, gustos, individualidades, diferencias. No todas las
personas con discapacidad son iguales; del mismo modo que no somos iguales
todos los peruanos (aunque compartamos experiencias), ni todas las mujeres
(aunque compartamos experiencias), ni todos los treintañeros (aunque
compartamos experiencias)… No debemos olvidar, “la diversidad en la diversidad”.
El hecho de que una persona con discapacidad pase
tiempo con otras personas con discapacidad no es incompatible con frecuentar también otros círculos o amistades.
No es cuestión de decidir entre "vivir en inclusión" o "vivir en
el mundo de la discapacidad". Es decir, un adolescente con síndrome de
Down puede preferir estar los sábados por la tarde con sus amigos con síndrome
de Down con los puede sentirse más cómodo o identificado. Esto no quiere decir
que no pueda jugar en el equipo de fútbol de su barrio, o que quiera acudir a
la cena con sus compañeros de instituto, o que aspire a un empleo normalizado y
no en un centro especial.
Ha sido tradición durante décadas, decidir por las
personas con discapacidad, en su nombre, hablar por ellas, organizar por ellas.
No hemos enseñado y apoyado a las personas con discapacidad a elegir, a
decidir, a salir de su círculo más cercano, a atreverse a conocer nuevos
“mundos”. Por eso, quizá se sientan más protegidas, cómodas y libres en
entornos cerrados, con otras personas con discapacidad que –como ellas- están
poco acostumbradas a la inclusión. Pero no porque su naturaleza las determine,
sino porque sus experiencias de vida así las han condicionado. ¿Cómo no elegir estar protegido si la
alternativa es vivir en la exclusión?
Finalmente, aunque en cierta medida buscamos personas
parecidas con las que compartir nuestra vida, también disfrutamos con aquellas
que nos sorprenden y nos enseñan nuevos mundos... Amigos diferentes, por
cultura, por experiencias, por personalidad, que nos aporten aquello que
nosotros no tenemos o no hemos vivido. La diversidad siempre
enriquece. Y la vida está llena de diversidad, ¿por qué negársela a las
personas con discapacidad? Todos
merecemos disfrutar y vivir en un mundo real, que por definición es un mundo
diverso. Y, por mucho que a mí me guste mi barrio, por mucho que
disfrute con mis amigas del colegio, si me prohibieran salir de allí o me
dijeran que “por mi bien” no puedo conocer nada más, me resistiría. E intentaría
abrir todas esas puertas que me son cerradas. Así que ¿por qué
no han de hacerlo las personas con discapacidad?
Fuente: http://sinomeconoces.blogspot.pe/2016/07/topico-2-las-personas-con-discapacidad.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario